Una democracia verdadera requiere de la participación de todos.

Sin embargo, en la realidad actual, no todos los estadounidenses tienen el mismo acceso al voto. La lucha para garantizar que todos posean la misma voz en nuestra democracia sigue en pie. Nos compete a todos nosotros reparar este sistema que a la fecha — aún en pleno Siglo XXI — continúa favoreciendo a los donadores corporativos acaudalados y permite que se realicen ataques racistas hacia el derecho al voto de las personas de color.

Ha pasado ya más de un siglo desde el inicio del movimiento sufragista de la mujer en Seneca Falls. Han pasado más de 50 años desde que la marcha de Selma a Montgomery trazara el camino hacia la Ley de Derecho al Voto. Sin embargo, nuestros derechos al voto actualmente carecen todavía de seguridad. La supresión deliberada de los votantes que practican los republicanos, la distorsión distrital, y la inundación de capital corporativo hacia nuestro sistema electoral han causado que sea imposible obtener igualdad de representación en el gobierno.  

Mucha gente se ve forzada a viajar horas para llegar a su casilla electoral. Muchas más personas enfrentan esperas de horas en fila tan sólo para poder entrar a su casilla. Los trabajadores temen ser penalizados en sus empleos por tomar tiempo para ir a llenar su boleta electoral, o temen que se les bloquee su participación en la elección debido a amagos e intimidaciones. Esto no es justo y tampoco es democrático, y ahora tenemos un presidente que está haciendo todo lo posible para empeorar esta desigualdad.

Votar debe ser fácil y accesible para todos los estadounidenses. Los distritos electorales deben ser delineados de manera justa para garantizar que ningún grupo de votantes se vea desempadronado por causa de su raza o su partido. Sin ello, nos veremos gobernados en una democracia de dólares, no de votantes.  

Debemos cambiar esto.

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